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Fue un hombre apasionado, así lo describen las
personas que tuvieron la oportunidad de compartir con él.
Zúñiga era amante de su pueblo Liberia y así lo evidencia en las letras de sus canciones.
Zúñiga era amante de su pueblo Liberia y así lo evidencia en las letras de sus canciones.
De su obra creativa podemos deducir su gran minuciosidad y capacidad de
observación. En sus canciones narraba con detalle, experiencias personales que
vivió en su entrañable ciudad blanca.
Don Héctor Zúñiga componía para sí mismo, para su deleite personal y no
para comerciar con su música, ni para darse a conocer. No obstante, sus canciones son parte del folclor costarricense y
sus melodías han perdurado y seguirán siendo parte del acervo cultural
costarricense.
El repertorio del maestro no se limita únicamente a
“Amor de temporada”, “El huellón de la carreta” y “El burro ‘e Chilo”, que son sus canciones más reconocidas y que
forman parte del repertorio tradicional costarricense. Hay muchas otras obras
musicales que detallan experiencias y costumbres de la vida cotidiana y de su
pueblo.
Su repertorio incluye canciones que cuentan historias propias del
quehacer ganadero en La Pampa Guanacasteca.
Puedo mencionar: “Amaneció en la hacienda”, “La muerte del Sabanero”, “Están
yeguando”, entre otras. En ellas se describe el día a día de la vida en la
hacienda en la Pampa, que se vuelve un personaje más en la obra de Zúñiga.
También muchas de sus obras nos hacen recordar las fiestas en Liberia y es
importante mencionar que una de esas canciones alude a la muerte del legendario
montador Camilo Reyes.
Estas composiciones dejan en evidencia el conocimiento que tenía don
Héctor Zúñiga de la actividad ganadera, la figura del sabanero, la vida en la
hacienda y, especialmente, ese Guanacaste con sus polvazales, la cilampa, los
gallos mañaneros, la brisa que refresca la llanura, ricamente recreadas en su
“Visión de la Pampa”. Es oportuno resaltar que muchos de estos temas cuentan
con patrones rítmicos alegres y vivaces, con los que el compositor recrea el
espíritu espontáneo y alegre del guanacasteco; recordemos que las fiestas
ganaderas en Guanacaste han sido durante décadas una tradición para el disfrute
de los y las costarricenses.
Según conversaciones que tuve en una oportunidad con
una sobrina de don Héctor, ella recordaba que una vez lo encontró en la
estación del tren a Puntarenas; se sorprendió al verlo ahí solo, esperando a
que abrieran las puertas para poder subir; cuando ella le preguntó la razón de
su viaje, la respuesta fue: “Es que estoy haciendo una canción y necesito
viajar otra vez en el tren para terminar unos detalles que me faltan”. El fruto
final de tal travesía fue la canción: “El tren a Puntarenas”, que encierra de
manera jocosa y con un lenguaje costumbrista, la aventura que en los años 60
significaba viajar al Puerto.
Zúñiga tiene un amplio repertorio, otra de sus
canciones interesantes es la que está
dedicada al Valle de Orosi. A ritmo de vals, hace honor a una tierra por la que
sentía especial aprecio. Don Héctor escribía sobre sus propias experiencias; no
era un hombre que se conformara con escuchar lo que otros le contaban, sino que
él mismo necesitaba observar, escuchar, tener su propia vivencia para poderla
plasmar en sus canciones. Así lo hizo con este tema, con una métrica de ¾, con
unos cuantos acordes de acompañamiento y junto con la letra, nos trasladan hacia
esa hermosa zona de Costa Rica. Don Héctor era un pintor que valiéndose de la
música y la poesía, dibujaba hermosos paisajes.
Su sobrina revela que Zúñiga no sólo fue músico, también
era ingeniero agrónomo y aficionado al Polo; por lo tanto, algunas de sus
tonadas cuentan historias relacionadas con este deporte.
Según sus parientes también era aficionado a los
juegos de palabras, “Yo esperaba ansiosa a que llegara tío Héctor, era
divertidísimo, siempre inventaba chistes y juegos de palabras, me encantaba”, me
lo hizo saber uno de ellos. Tales juegos también fueron incorporados en algunas
de sus canciones, por ejemplo “Una boda en Tilarán” contiene frases como: “se
casa Luis Zamora, dicen que con Luisa Mora” o “y dicen que va Celina la que
siempre me importuna”.
Don Héctor afirmaba que los temas preferidos para
componer eran aquéllos relacionados con motivos regionales, en los que narraba
vivencias de un pueblo.
Resulta de interés hacer notar, en relación con la
figura de don Héctor Zúñiga, que no fue músico de profesión; de pequeño aprendió
a tocar violín con el profesor Manuel Royg y luego en San José recibió clases
de música con José Daniel Zúñiga (compositor de Caña Dulce) y con Jorge Sáenz
Cordero. “La guitarra vino como un accidente, como una necesidad”, dijo Zúñiga
en una entrevista que le realizara el escritor liberiano Miguel Fajardo a
inicios de los 90. Y en esa misma
entrevista expresó: “Yo supe que era compositor cuando el público me
empezó a llamar así”.
Las canciones que grabó reflejan la sencillez y
autenticidad del ser costarricense. Con un acompañamiento simple de su guitarra y
una voz gastada por los años, pero apasionada, dejó un legado musical para
deleite del pueblo.
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